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Bajo las sombra

Columna extraída de ProYContra Amazonía Digital

Marco Antonio Panduro

Publicado: 2023-11-15

Sucedió hace más de tres años este hecho. Un hombre conduce un mototaxi. El triciclo motorizado sale desde un pasaje inserto en un barrio populoso en Iquitos. Lleva un balón de oxígeno en la parte de atrás. Los retenes desplegados en varios puntos de la ciudad desestiman el «¡Alto!», hacerle preguntas o pedirle documentación. Suponen que va hacia la fábrica de oxígeno.

Toma la avenida La Marina, inusualmente vacía, limpia de vehículos, desconcertantemente silenciosa. El vehículo de tres ruedas ahora pasea a su conductor por la zona monumental de la ciudad. Sigue ese silencio insólito nunca antes escuchado, ese vacío de madrugada a plena luz de la tarde insoportable. Ahora rueda por la avenida Quiñones. El aire refresca al chofer en la bajada de San Juan. Es un deleite darse un paseo y escapar de aquel sauna inoportuno, sin opción a una bocanada de aire, que se ha vuelto su vivienda en una ciudad en medio del trópico.

Me lo contó el mismo motocarrista. Las temperaturas dentro de estas casas hacían –y hacen– de estos espacios de 4 metros de ancho por un poco más de fondo pequeños infiernos. En los primeros quince días de la pandemia, con la prohibición del toque de queda y orden de inamovilidad, recluido este amigo como muchos, no le quedó más que hacer uso de su imaginación y apeló al recurso de un balón de oxígeno que yacía oxidándose en un rincón como para poder escapar de aquella caldera.

Era una buena coartada. Me dice que era como un florero inútil; de haber enfermado gravemente cualquiera de los miembros de su clan hubiera sido imposible reabastacerlo. Por esos días negros su precio –seis mil soles– significaba el saludo cachoso de la muerte.

Mas ahora, aquellos mismos vecinos exentos todos de aquella medida coercitiva, la de haber estado prohibidos de salir siquiera a sus veredas en aquellas primeras dos semanas de horror de la pandemia, pueden colocar sus mecedoras, aunque da lo mismo o sea peor, quizá. El sol calcinante tuesta las pieles ahora.

Pasada la extrema ola de calor en Iquitos –ola que no será la última, hay que tenerlo en cuenta–, ¿habrá algún “vecino” que haya aprendido la lección? ¿Alguien que se haya arrepentido y haya escarmentado de que no ha sido tan provechoso talar el árbol de su vereda? No lo creemos. Más o menos es como el dicho de que «Les entra por una oreja y les sale la por otra». A qué viene esto, a la idea muy anclada desde hace tiempo de que «todo cemento es progreso».

En algún momento nos contagiamos de un virus que ha hecho olvidar nuestros orígenes, vino volando como una plaga de langostas. Hay quien ha lanzado al aire de para qué tanta inversión en aquella Alameda in progress si se ha pasado por alto un detalle no menor, tal vez adrede: la alta densidad de vehículos (motocicletas y mototaxis, principalmente), ahora desbordantes, que seguirán en aumento. Las tres cuadras de la calle Raimondi que comprenden la Alameda es una arteria menos para una ciudad que hasta ahora no cuenta con una vía de circunvalación para vehículos pesados.

¿A guisa de qué se imposta una zona para turistas si por lo pronto los locales no son cafés ni terrazas ni reúnen los estándares donde el público selecto que, según lo imaginado, se sentará a consumir?

¿No hubiera sido más económico, más barato destinar ese dinero, como prioridad, en remozar la zona monumental de Iquitos? Imaginemos buganvillas u otras plantas colgantes y trepadoras en los balcones de las viejas casonas restauradas –que tendrían que ser restauradas–; cableado subterráneo en los principales jirones –para comenzar–. Patrones unificadores y armonizantes para las tiendas bullangueras (contaminación sonora) de la Próspero y Arica y su plena contaminación visual. En alguna columna ya hemos citado la ordenanza 185 de Chachapoyas que es un ejemplo de continuidad pese a las diferentes canteras políticas de la que salen los alcaldes chachapoyanos.

Ahora bien, en contraparte. En abril de este año la Municipalidad organizó una feria de emprendimientos ecológicos y sostenibles. Asimismo, hace dos semanas, para coincidencia, un colectivo ciudadano montó una campaña con el fin de crear conciencia en el sembrado de árboles. Quiere decir esto que hay cierta iniciativa, y la UNAP y el GOREL –queremos creerlo así– deben tener estudios y propuestas que cambien el “chip” de que «todo cemento es progreso».

Es curiosa la condición del valor de un árbol pueda cambiar según el espectro. En el bosque se talan ingentes hectáreas del bosque en razón a sendos dividendos. En Iquitos, para los “proyectos cemento y concreto”, estos no juegan rol preponderante porque no hay manera de justificar el precio de un árbol, y en tanto los vecinos se echan abajo sus árboles porque estorban y porque no les aporta, digamos, ganancia alguna.

Bajo la sombra de un árbol se puede leer un libro. Bajo la sombra de un árbol se puede escapar de la televisión y leer un poema. Bajo su sombra se puede hacer la tarea y prepararse para el examen. Bajo la sombra de este cualquiera puede columpiarse.

Bajo la sombra de un árbol se puede beber con los amigos. Bajo la sombra, complicidad y aquiescencia de este se puede enamorar. Bajo su sombra se puede jugar a hacer picnic y también hacer la siesta. Debajo de dos árboles puede el vecino amarrar su hamaca. Bajo la sombra de un árbol puede caer un fruto y ¡Eureka!

Como todos, el amigo motocarrista prescinde ya del balón de oxígeno. Ha vuelto este a su condición de aparato inútil en un rincón de su casa. El mensaje está medio claro. No son las sombras de inicios del decenio, sino la sombra del árbol la que nos hace falta, el oxígeno sin cargo y gratuito que el árbol expele.


Escrito por

Marco Antonio Panduro

Nacido en Iquitos (1974), autor de APUNTES PERDIDOS (2020) & LOS AMANTES DE MI ABUELO (2023)


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