#ElPerúQueQueremos

LA PAMPA de Dorian Fernández-Moris

Columna tomada de Pro&Contra Amazonía Digital

Marco Antonio Panduro

Publicado: 2023-08-17

Fui al cine con cierto escepticismo, a petición crítica de Paco Bardales. Mientras los créditos de cierre aparecían, los asistentes se quedaron alrededor de la pantalla, detenidos en su salida por el silencio de sus reflexiones, y como normalmente no sucede –pues los iquiteños, y peruanos, en general, tendemos a la impaciencia y la inmediatez– el público, de pie, esperó hasta el final-final, como se dice.

Entre el palmarés cosechado en los últimos tiempos, La Pampa ha sido merecedora del premio a mejor película extranjera en el Festival de Gramado, en Brasil, de fuerte presencia en Latinoamérica, a los que hay que sumar otros diez premios, entre los que destacan al de mejor fotografía en el 9º Festival Internacional de Cine de Calzada de Calatrava, España. Y entre las novedades para el próximo año, se espera su estreno a todo público en tierras ibéricas.

Llamé a Paco al día siguiente, así me daba tiempo de procesar lo visto, y tuvimos una larga conversación en torno a los desafíos de filmar una película que, como ya se sabe, está basada en un hecho real, lo que imprime de mayor tragedia a este thriller. Le dije a Paco que La Pampa es el salvaje medio oeste del Perú. Que el Perú tiene su versión de trópico del salvaje medio oeste. Y aquí, en Lima, finalmente, con el director de la película, Dorian Fernández, nuestros tiempos recién pudieron coincidir hace una semana. El punto de encuentro, a sugerencia suya, un silencioso café a espaldas de la avenida más representativa de Miraflores.

Rodar La Pampa ha sido para este cineasta iquiteño una decisión valiente (la película trata de un tema serio, y como se sabe, normalmente, la gente va al cine por las Barbies y los Transformers), y no en exclusiva por asuntos concernientes a taquilla –con realismo, el equipo de La Pampa tenía proyectado reunir 5000 espectadores, no obstante, el número de asistentes alcanzó los 26000 en cuatro semanas en cartelera–, más aún, si se toma en cuenta la temporada alta en la que fue estrenada; es decir, en el verano boreal, estación donde entran en cartelera las mega producciones hollywoodenses, sino, además, por los riesgos que implicaba la denuncia social a una mafia como lo es la de la minería ilegal.

La Pampa demandó la construcción de un set de 10,000 mts2 en una pista de motocross del tamaño de un estadio de fútbol donde se filmó a 180 extras rondando por ahí, lo cual incluyó tres cuadras de bares, o los prosti-bares y su movimiento de juerga que retrata el despilfarro de jóvenes esclavizados que extraen oro en La Pampa entre botellas de cerveza y jóvenes prostitutas, tal como se ve en la película, pues todo el dinero “en casa” se queda.

Durante las dos horas de charla, el tono de voz de Dorian será el de satisfacción serena; sus modales, calmados, y el tono de su voz, medido. Mientras a cada bocado va desapareciendo el pastel de naranja y los cappuccinos se reducen, sobre la mesita, al aire libre, en esa noche fresca y atípicamente poco invernal, me explica que esta sensación de tranquilidad se debe a que ya es alguien que ha transitado entre el éxito comercial con películas como Cementerio general (más de 700 mil espectadores) y el éxito de la crítica con Desaparecer, algo que él llama como “fenómenos por horas” y por lo escuchado le resulta, ahora, de menor relevancia.

La Pampa está asociada al naturalismo al modo de los mineros de la novela Germinal de Zola. Hay una naturalidad irrefutable de los actores principales, pero también en los extras. En Juan, el personaje que interpreta Fernando Bacilio, un hombre que carga un pasado de tragedia que se conocerá a medida que la trama avanza. Pero más allá de los aciertos de este actor trujillano, correcto y sobrio en esta actuación, reconocido por su trabajo previo en El mudo, quien encarna a ese personaje lleno de parquedad y laconismo y quien no es un tipo que caiga mal a ojos de los espectadores, es Reina, sin embargo –personificado por una debutante Luz Pinedo–, quien sobre todo representa la lucha contra ese trágico determinismo social en el que está inserta, y del que resulta casi imposible escapar. Así, por ejemplo, la escena de la camioneta repleta de jóvenes que se dirigen hacia La Pampa que rebasa al vehículo donde van Juan y Reina en su primer intento de fuga, debe ser vista como un espacio que se troca en un círculo vicioso, un medio que no ofrece otras vías de salida y, otras bifurcaciones, porque “todos los caminos conducen” a La Pampa, se quiera o no se quiera.

Una parte de la crítica ha escrito que el espectador no logra meterse en la mente de los traficantes. A nuestro juicio, esta inclinación resultaría de segunda relevancia porque el leitmotiv de la película no transita por esos canales, sino su foco apunta en visibilizar este drama, la esclavitud postmoderna que es la trata de adolescentes en sectores muy marginales donde no existe –y si existe es corrompida–, la presencia del estado, o la ausencia, mejor dicho, del Estado en una tierra de nadie, en la tierra de los olvidados.

En La Pampa la prioridad de hacer planos-secuencia dio como resultado una película con 120 cortes, cuando por lo regular “un largometraje tiene unos 800 cortes”, me explica Dorian, así esta permite que el hilo narrativo se estire como una gran cuerda flexible que hace entender que hay una dinámica donde todos los personajes hacen girar la misma rueda, o quizá se encuentran dentro de una misma noria.

Le he comentado que fue un acierto el vestuario. A Juan, el personaje, se le ve siempre con esas camisas abiertas, viejas y casi transparentes, sudoroso. “Le pedí al equipo de Arte que fueran a comprar ropa de segunda y que lavaran en arena las veces que fuera necesario las camisas de Juan con tal que parezcan viejas y desgastadas”.

Normalmente las películas peruanas adolecen de sentido del humor, tampoco lo hay en LA PAMPA, pero se ha sabido oxigenar bien la densidad de la trama, dándonos un respiro y sacando al espectador una sonrisa de ternura cuando Reina, en ese viaje en la tolva del camión, le coloca un diente de león sobre la oreja a Juan haciéndolo parecer más femenino. Y sobre easter eggs, o guiños a tales o cuales películas de culto, este hombre que busca redimirse consigo mismo, y ella, fugar de un lugar que nunca quiso estar, a la que como es obvio la han traído a la fuerza, un plano en una carretera de tierra afirmada donde se les escucha hablar sin verlos y luego los vemos subir desde la parte baja es un homenaje en el mismo plano a León, el profesional, de Luc Besson, en las calles de New York, con Jean Reno y Natalie Portman.

Culturalmente hablando, el cine es un instrumento poderoso, rápido en alcance y más efectivo que otros medios que buscan sensibilizar y mover conciencias. Me cuenta Dorian que entre el público en Brasil hubo un denso silencio de respeto cuando los créditos de cierre aparecían. Y aquí, desde mi butaca, en un cine de Iquitos, mientras estos mismos créditos aparecen, los asistentes se quedan de pie mirando la pantalla grande, detenidos en su salida porque es ficción lo que vemos, pero la sensación de pasmo es más real y verdadera que el popcorn que acaban de comerse.

Sobre las mejillas de alguien, de un varón, curiosamente, se deslizan algunas lágrimas, quizá porque el final tiene algo de poesía, mientras los créditos en la pantalla van apareciendo y en un inserto se ven imágenes reales de los estragos que deja la minería ilegal en Madre de Dios, y en el plano amplio, mientras amanece, Reina, junto a otras jóvenes, se interna en el bosque, alejándose de La Pampa, y se va leyendo, “Dedicada a las niñas invisibles, para que logren encontrar el camino a casa”.


Escrito por

Marco Antonio Panduro

Nacido en Iquitos (1974), autor de APUNTES PERDIDOS (2020) & LOS AMANTES DE MI ABUELO (2023)


Publicado en