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Sin novedad en el frente

Artículo tomado de Pro&Contra Amazonía Digital

Marco Antonio Panduro

Publicado: 2023-01-25

Desde el 7 de diciembre han transcurrido cuarenta y ocho días de la crisis que no comenzó aquel día, sino cuando Pedro Castillo entró a la Presidencia y a los grupos de poder no les hizo nada de gracia su perfil y su discurso. Y cuando Castillo en vez de convertirse en Estadista optó por tomar las rutas históricas de los rasguños sin vergüenza al erario.

Pero desde entonces, desde el 7 de diciembre, ha habido una ligera y pírrica esperanza de que los problemas –una mezcla rara de varias protestas que eclosionaron a la vez– se fueran solucionando, que se hubiera volteado la página, en el sentido de que las partes han conciliado y que la solución –que no puede ser inmediata– viene siendo trabajada en conjunto. No sucede tal. Reina en esta situación, mitad anarquía mitad interregno, la intransigencia. Sobre esto, un amigo me decía que le preocupaba el rostro redondo de Otárola. ¿Por qué?, le pregunté un poco confundido. Por su mirada cuadrada del problema, me respondió.

Bajo el reduccionista rótulo de “buenos” y “malos” va a ser difícil llegar a un acuerdo. Desde los dos bandos, se escucha, “¡Sin novedad en el frente!”.

Pocos días atrás un taxista huancavelicano me contaba que acababa de pasar el fin de semana en su pueblo y que le habían ofrecido 100 soles por plegarse a la protesta. Me dijo que Lima, a diferencia de provincias, “está tranquila”. Me quedé mirándole incrédulo y pensando “¡En qué mundo vive!” mientras tenía sus manos sobre el volante y la mirada puesta en la Panamericana Sur, ese paisaje que en la década de los 80 era un desierto vacío y que hoy sigue siendo un desierto, pero con una hilera interminable de estrechas casas de ladrillos, dejadas a medio hacer, porque la plata ya no da para más, mientras las motos de delivery Rapids pasan raudos, y al fondo, entrando por un camino, se ubican las casas de playa de los que pueden…

El “A mí me ofrecieron 100 soles para unirme a las marchas”, del amigo taxista trae a colación las acusaciones “oficiales”, que detrás de estas protestas están el narcotráfico y la minería ilegal. En un país tan diverso en complejidad es posible que sea una parte del todo, una parte menor del todo, pero en absoluto el todo, ni siquiera la mitad de ese todo, si puede usarse partitivos. Como ha escrito Jaime Antezana en las elecciones del 2016 es cuando se registraron el mayor número de narcocandidatos al congreso (¡45!). Y ya pasada la primera vuelta, fueron 21 los narcocongresistas elegidos (14 pertenecientes a Fuerza Popular y el restante en otros partidos, incluida la izquierda).

El amigo taxista me confiesa luego ser evangélico –su desconcertante “Lima está tranquila”, para mí cobrará sentido horas más tarde– cuando el educador y lingüista puneño Roger Gonzalo Segura, en declaraciones vía zoom, desmienta que el narcotráfico y la minería ilegal financien estas movilizaciones.

Entre los comuneros aymaras y quechuas existe un Banco comunal, y la comunidad, mediante estos aportes, en este caso, en específico, contribuye para causas comunes. Hoy esta causa es hacer escuchar su voz. Así se ha hecho una junta para que una parte de sus miembros viaje a Lima. Cultura del Ayni.

¡Cómo se hace extrañar el “engagement politique” de escritores de los años 60, 70 y 80!

«Sous les pavés, la plage», era el slogan en francés en Mayo 68. Algo así como, “¡Hay playa, bajo los adoquines!”, en referencia a que justamente debajo de estos mismos adoquines que los estudiantes de San Marcos y otras universidades, en este verano medio raro, cogen y tiran a la policía para expresar su rabia, tal como lo hicieron los universitarios franceses cincuenta y cuatro años antes, disconformes contra el sistema. Aunque, claro, con la sustancial diferencia que en Mayo 68 no hubo muertos.

Sobre esto Bryce Echenique en sus ANTIMEMORIAS, PERMISO PARA VIVIR, cuenta que cuando explotaron las protestas en Francia, los intelectuales afincados en Paris estuvieron en las calles para mostrar su apoyo a aquellos jóvenes que formaban barricadas; hasta Julio Cortázar salió de su torre de marfil para repartir volantes. Estaban todos, con Jean Paul Sartre a la cabeza.

Pero aquí, en Perú, los escritores que novelan sobre conflictos armados en el Ande, sobre Sendero Luminoso y sus víctimas entre dos fuegos, y en estos días convulsos promueven talleres de escritura creativa, hay un silencio que incomoda, algo así como “conmigo no es la cosa”, no porque forzosamente deban plegarse a la causa de los débiles, sino por suena aquel cálculo de filisteo y de timorato. ¡Súmate a un bando, aunque sea a la de los fuertes, al equivocado, pero hazte escuchar! Quizá sea el miedo a la cultura de la cancelación, o a salirse del circuito editorial limeño y a la nunca considerada incorreción política y al siempre ponderado “políticamente correcto “.

Once años atrás se exacerbó el proceso de estupidización en la teleaudiencia peruana, cuando el grupo minero al que García Pérez le tenía especial fascinación, a poco de dejar el gobierno, presionó para sacar del aire al último programa televisado que, de lunes a viernes, y en horario familiar, tocaba temas de la política y la realidad nacional y dio paso a estos concursos de Kents y de Barbies, de quién llena con agua un vasito más rápido, si es el equipo rojo o el equipo verde que ha tocado primero la campana.

El monodiscurso agota, aburre. Exacerba el tono alarmista, tremebundo de estos presentadores de televisión. Califican de vándalos a los manifestantes. “¡Hay tanto número de periodistas y policías heridos!”. ¿Y qué hay de la otra gente? ¿Qué hay de los casi cincuenta muertos? Mas en aras de la objetividad y de la empatía que más que nunca escasea, los policías son perros de presa de sus amos, pues quienes no deben estar muy felices y relajados son sus familiares viendo los enfrentamientos por televisión.

Ahora nos hemos vuelto enemigos de todos. Y en esto la irracionalidad va escalando con ligereza (ya también el policía quemado vivo dejó de ser un instrumento de propaganda) mientras quienes están arriba (al menos la parte visible) no den muestras de querer escuchar el mensaje de un teléfono que no está malogrado, «¡La gente, sí, la gente común y corriente, quiere que se vayan!». Ese es el mensaje.

Así como los de a pie tienen cuentas en el Facebook y esta coyuntura sigue haciendo que amigos se enemisten y se bloqueen entre sí, los políticos y autoridades también registran cuentas oficiales en las redes. Gustavo Petro, el Presidente de Colombia hizo un llamado al Consejo Permanente de la OEA sobre lo que acontece en Perú. Otárola le ha respondido directamente, vía Twitter, diciéndole que mire los problemas de su país.

Y mientras algunos líderes de opinión no oficiales se empeñan en remover conciencias en batallas virtuales contra el silencio de sus colegas limeños, los rectores de San Marcos y de la UNI tendrían accionares opuestos. Uno se ha ganado el aplauso de la gente, “¡Oye, todavía queda gente decente y consecuente en este país!”, defender el derecho de protesta porque es parte de la cultura política. Y la otra, la rectora de San Marcos, dejando entrar a cachacos mismo años 90, sin fiscales ni algún actor jurídico que vele por el buen proceso.

En el que se supondría que es el tiempo de las mujeres –y esto me lo hizo notar una amiga–, la primera presidenta del Perú, Dina Boluarte, y otra mujer, la rectora de la Decana de América, no han entrado con buen pie en la Historia, si merece el uso de una mayúscula.

En estos tiempos de posturas polarizantes y polarizadas, una frase de cierre. Pertenece a Emile Cioran:

«Bajo cualquier circunstancia, debe uno ponerse del lado de los oprimidos, incluso cuando van errados, pero sin perder de vista que están amasados con el mismo barro de sus opresores».


Escrito por

Marco Antonio Panduro

Nacido en Iquitos (1974), autor de APUNTES PERDIDOS (2020) & LOS AMANTES DE MI ABUELO (2023)


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